sábado, 7 de septiembre de 2013

El amor y lo inesperado. Nota sobre dos canciones de Daniel Melero

El amor y lo inesperado. Nota sobre dos canciones de Daniel Melero

Daniel Melero es ese “no-músico” adelantado a su época al que cierto público le arrojaba piedras, monedas y hasta latas de paté. Melero también supo ser socio musical de Gustavo Cerati, productor de infinitas bandas y, por supuesto, precursor de la música electrónica en este país. Pero, como muestra de su eclecticismo, es también compositor de simples melodías y simples letras pero no menos tiernas y de alto contenido poético que provocaron una huella no tan ni visible pero sí profunda, original e inesperada en el cancionero argentino.

En el disco debut y despedida de Los Encargados se destaca (además del clásico Trátame Suavemente) Orbitando: una canción con una sensualidad solapada pero en mixtura con mundos y estéticas insólitas. Por un lado es casi una canción de amor “Necesito que me ames para poder verme/ vos sabes muy bien que…/Me pierdo todo por verte /Orbitando en torno a mí/ a veces quiero verte”. En ese perderse “todo” se plasma una hermosa ambigüedad:¿ese el sujeto que se pierde totalmente o se refiere a algo externo? Por el otro, hay unos versos cargados de urgencia, cristalizados en “te escucho hablar para que algo respire, si vives/ necesito que me ames para poder verme”: el sujeto tiene su norte en el otro, en la persona lo ama, sólo es alguien y se reconoce a partir del amor que le dan. Además, aparece una cuestión un tanto enigmática y hasta metafísica: “Sé que nunca estuve aquí/ o es que quizás visité este lugar en sueños”. Aquí ya se puede observar esta suerte de deja vu que le otorga una cadencia onírica y un halo misterioso a toda la letra que la viste enteramente de dudas. No se encuentran espacios físicos palpables, todo flota en un espacio blanco, difuso,  figuras amorosas con un fondo de croma. Pero, por último, en la primera estrofa, hay un  elemento inesperado que podría pasar desapercibido pero que la convierte en deliciosa: “ruidos de naves que parten”. En toda la canción solo tenemos esta inusual escenografía espacial (e incluso rozando la estética de los video games de los 80´como Space Invaders) que se complementa con el título de la canción, pero que simultáneamente funciona  como una metáfora de esta atracción físico- amorosa, que se completa inversamente con la ausencia de la gravedad propia del espacio exterior: “Quizás el tiempo ya no cuente aquí/ no me alejo ni me acerco/ todo suspendido, modulando”, a la falta de ambiente palpable se le suma la ausencia del tiempo cronológico, como un agujero negro que nos transporta a otra dimensión. De sueños, falta de gravedad, naves espaciales: de todo esto también se alimenta el amor.

Ocho años después, ya en plan solista, y después de haber realizado Colores Santos, a dúo con Cerati, de su disco Travesti se desprende un balada corta y sencilla, una canción acústica totalmente alejada del pop, la experimentación y la electrónica: Quiero estar entre tus cosas. “Quiero entrar/ en tus cosas revisar/ abrir cada cuaderno y dejarlo en su lugar”. Estamos ante la presunta mirada de un niño que se entrega en secreto a su amada, como un fantasma que irrumpe en su habitación, husmea, observa, huele, revisa todo lo que está a su alcance. Es una especie de voyeur de la ausencia, un contemplador de los objetos quietos en desuso. A diferencia de “Orbitando”, ahora sí hay un espacio que se nos lleva sugestivamente a ese cuarto típico y adorable. Y la ternura en esta canción también se hace presente en frases como  “y buscar/ en tu libro de secretos del mar”. Esta imagen nos remite a una infancia casi ingenua y pudorosa, esa época donde somos tan felices como desdichados. Y ese libro de secretos del mar da la atmosfera justa que nos lleva a un mundo profundo, desconocido, insondable y casi irreal. “Darle cuerda a tus juguetes/ y verlos funcionar” nos muestra cómo la mecánica básica y sencilla de un juguete puede representar a su poseedor, o incluso a quien lo observa. Pero este narrador- niño de repente entra en un mundo no tan naif y hasta un poco peligroso. “Caminar/ a oscuras por la sala y encontrar/ notas olvidadas/ y sentir que sos fatal”. Este niño convertido abruptamente en adulto ahora conoce los riesgos y los toma. La fatalidad que le atribuye a la persona deseada hace foco en la necesidad de ser un objeto más en torno a su vida cotidiana, deseando encontrar esas notas olvidadas para develar algún misterio delicioso. Es un voyeur transformado en las cosas, espiando desde allí, como un muñeco viviente, rodeado de otros muñecos,  que se queda inmóvil en la contemplación, anhelando ser tomado para que finalmente jueguen con él.