En el lenguaje poético, a
diferencia de lo que sucede en el narrativo, forma y sentido se confunden hasta
transformarse en una misma cosa. En ese aspecto, la poesía guarda similitudes
con la música. ¿Cómo contar una melodía y las sensaciones que provoca? Y del
mismo modo, ¿cómo explicar un poema, o el destello luminoso que genera su
lectura, sin rebajarlo al lenguaje común y corriente? Las piezas de Bajo una
extraña nevada, este poemario de Mauro Quesada, hacen que tenga que vérmelas,
felizmente, con esa dificultad: cualquier análisis que intente sobre ellos no
estará a la altura de lo que despiertan. Breves, concisos y sin títulos, estos
treinta poemas, elaborados con palabras y tonos simples, rondan con profundidad
la nostalgia, los límites siempre difusos entre el cariño, el odio y el amor,
y, sobre todo, los rumores de lo que ya fue o no alcanzó a ser del todo. Cuando
llega la madrugada y parece que nada pasó, o cuando todo lo que pasó durante la
noche ya resulta lejano, o cuando da la impresión de que el principio de algo
es en realidad el comienzo de un fin, o cuando dos jóvenes amantes se despiden
junto a una parada de colectivos del barrio de Flores como si estuvieran en
París; en esos momentos -por mencionar sólo algunos- nacen estos poemas que
luego caen sobre el lector trayendo ecos y resonancias de nostalgia y
felicidad, que caen como copos blancos desde el rumor del pasado o las
incertidumbres del futuro, como una extraña nevada.