El amor y lo inesperado. Nota
sobre dos canciones de Daniel Melero
Daniel Melero es ese
“no-músico” adelantado a su época al que cierto público le arrojaba piedras,
monedas y hasta latas de paté. Melero también supo ser socio musical de Gustavo
Cerati, productor de infinitas bandas y, por supuesto, precursor de la música electrónica
en este país. Pero, como muestra de su eclecticismo, es también compositor de
simples melodías y simples letras pero no menos tiernas y de alto contenido
poético que provocaron una huella no tan ni visible pero sí profunda, original
e inesperada en el cancionero argentino.
En el disco debut y despedida
de Los Encargados se destaca (además del clásico Trátame Suavemente) Orbitando:
una canción con una sensualidad solapada pero en mixtura con mundos y estéticas
insólitas. Por un lado es casi una canción de amor “Necesito que me ames para
poder verme/ vos sabes muy bien que…/Me pierdo todo por verte /Orbitando en
torno a mí/ a veces quiero verte”. En ese perderse “todo” se plasma una hermosa
ambigüedad:¿ese el sujeto que se pierde totalmente o se refiere a algo externo?
Por el otro, hay unos versos cargados de urgencia, cristalizados en “te escucho
hablar para que algo respire, si vives/ necesito que me ames para poder verme”:
el sujeto tiene su norte en el otro, en la persona lo ama, sólo es alguien y se
reconoce a partir del amor que le dan. Además, aparece una cuestión un tanto
enigmática y hasta metafísica: “Sé que nunca estuve aquí/ o es que quizás
visité este lugar en sueños”. Aquí ya se puede observar esta suerte de deja vu
que le otorga una cadencia onírica y un halo misterioso a toda la letra que la
viste enteramente de dudas. No se encuentran espacios físicos palpables, todo
flota en un espacio blanco, difuso,
figuras amorosas con un fondo de croma. Pero, por último, en la primera
estrofa, hay un elemento inesperado que
podría pasar desapercibido pero que la convierte en deliciosa: “ruidos de naves
que parten”. En toda la canción solo tenemos esta inusual escenografía espacial
(e incluso rozando la estética de los video games de los 80´como Space
Invaders) que se complementa con el título de la canción, pero que
simultáneamente funciona como una
metáfora de esta atracción físico- amorosa, que se completa inversamente con la
ausencia de la gravedad propia del espacio exterior: “Quizás el tiempo ya no
cuente aquí/ no me alejo ni me acerco/ todo suspendido, modulando”, a la falta
de ambiente palpable se le suma la ausencia del tiempo cronológico, como un
agujero negro que nos transporta a otra dimensión. De sueños, falta de
gravedad, naves espaciales: de todo esto también se alimenta el amor.
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