viernes, 29 de noviembre de 2013

La pequeña muerte



El murmullo de lo que no fue
se adhiere a cada acto
sin advertir el trabajo
la construcción de otro amor otro nombre
noches robadas de algún libro malo

o cualquier conversación en la calle




lunes, 11 de noviembre de 2013

Reseña de Bajo una extraña nevada, por Natalia Gauna, publicada en Revista Tónica

En cada paso un verso

Por @NatiCGauna
Bajo una extraña nevada
Bajo una extraña nevada
De Mauro Quesada
Sello editorial El Ojo del Mármol
46 páginas. 2013
$40
Una primera lectura que no lleva más de veinte minutos. Demasiado rápido para comprender qué acabo de leer. Una segunda lectura, detallista, con pausas y anotaciones pero todavía no aparece la clave de Bajo una extraña nevada, primer libro de poemas de Mauro Quesada.
Son treinta poemas breves -ninguno supera los diez versos- cuarenta y cuatro páginas en las que predomina el blanco y que, paradójicamente, conforman un libro. Entonces, una tercera lectura. Esta vez sin saltos de páginas, como si pudiera pegar cada poema, uno debajo del otro. Una lectura de corrido, esa es la clave. Así, la unión de los poemas conforma más bien un cuento, un único relato que traza líneas de un personaje, de un tiempo y un espacio evocado.
Un transeúnte recorre en una noche de invierno las calles de la ciudad que habita mientras evoca otras tantas ciudades conocidas, quizás en sueños, quizás transitadas. Buenos Aires, Manchester, Londres, Nueva York, Paris y Las Vegas son algunas de las mencionadas en los diferentes poemas. Ellas guardan anécdotas: amores olvidados, desdichas, viajes y el recuerdo de mujeres.
Algunas madrugadas de invierno
las bocas de tormenta
despiden un vapor inaudito
y ya no me siento en Buenos Aires
sino en un sórdido bar de New York
de melancólicas melodías de jazz
donde tomo un whisky tras otro
y al salir me acomodo el sombrero
el sobretodo y me marcho fumando
rumbo a mi solitario departamento
La falta de un título para cada poema refuerza la idea de una totalidad. Un relato que, aunque construido por fragmentos, es único. Un poema y no varios. Cada salto de página, cada hoja en blanco funciona como silencios, pausas en la lectura que otorgan un ritmo y una melodía propia. Estos últimos, elementos ineludibles de la escritura poética. En esta construcción ambivalente entre cuento y poesía, Bajo una extraña nevada no pertenece a ninguno de los dos géneros, dialoga con ellos lo cual lo convierte en un libro interesante por su experimentación discursiva.
Se forma un valle en mí
todo el odio y el amor
caben en una piedrita
donde silbo melodías
hace tiempo olvidadas
Quesada construye un universo minúsculo en cada escueto poema mediante un tono coloquial y un lenguaje de formas simples. Bajo una extraña nevada es un pequeño libro que complace después de varias lecturas. Si un vino cuanto más añejo más sabroso, este libro cuantas más lecturas más se disfruta.

lunes, 21 de octubre de 2013

¿Cómo se escribe sobre la felicidad?

¿Cómo se escribe sobre la felicidad?
Es más fácil hablar del dolor
enternece a las mujeres
y da prestigio a los poetas.
Ahora, en cambio, sonrío
con un golpe de brisa en la cara
que en otro momento
                  me hubiera hecho sentir un idiota.

sábado, 7 de septiembre de 2013

El amor y lo inesperado. Nota sobre dos canciones de Daniel Melero

El amor y lo inesperado. Nota sobre dos canciones de Daniel Melero

Daniel Melero es ese “no-músico” adelantado a su época al que cierto público le arrojaba piedras, monedas y hasta latas de paté. Melero también supo ser socio musical de Gustavo Cerati, productor de infinitas bandas y, por supuesto, precursor de la música electrónica en este país. Pero, como muestra de su eclecticismo, es también compositor de simples melodías y simples letras pero no menos tiernas y de alto contenido poético que provocaron una huella no tan ni visible pero sí profunda, original e inesperada en el cancionero argentino.

En el disco debut y despedida de Los Encargados se destaca (además del clásico Trátame Suavemente) Orbitando: una canción con una sensualidad solapada pero en mixtura con mundos y estéticas insólitas. Por un lado es casi una canción de amor “Necesito que me ames para poder verme/ vos sabes muy bien que…/Me pierdo todo por verte /Orbitando en torno a mí/ a veces quiero verte”. En ese perderse “todo” se plasma una hermosa ambigüedad:¿ese el sujeto que se pierde totalmente o se refiere a algo externo? Por el otro, hay unos versos cargados de urgencia, cristalizados en “te escucho hablar para que algo respire, si vives/ necesito que me ames para poder verme”: el sujeto tiene su norte en el otro, en la persona lo ama, sólo es alguien y se reconoce a partir del amor que le dan. Además, aparece una cuestión un tanto enigmática y hasta metafísica: “Sé que nunca estuve aquí/ o es que quizás visité este lugar en sueños”. Aquí ya se puede observar esta suerte de deja vu que le otorga una cadencia onírica y un halo misterioso a toda la letra que la viste enteramente de dudas. No se encuentran espacios físicos palpables, todo flota en un espacio blanco, difuso,  figuras amorosas con un fondo de croma. Pero, por último, en la primera estrofa, hay un  elemento inesperado que podría pasar desapercibido pero que la convierte en deliciosa: “ruidos de naves que parten”. En toda la canción solo tenemos esta inusual escenografía espacial (e incluso rozando la estética de los video games de los 80´como Space Invaders) que se complementa con el título de la canción, pero que simultáneamente funciona  como una metáfora de esta atracción físico- amorosa, que se completa inversamente con la ausencia de la gravedad propia del espacio exterior: “Quizás el tiempo ya no cuente aquí/ no me alejo ni me acerco/ todo suspendido, modulando”, a la falta de ambiente palpable se le suma la ausencia del tiempo cronológico, como un agujero negro que nos transporta a otra dimensión. De sueños, falta de gravedad, naves espaciales: de todo esto también se alimenta el amor.

Ocho años después, ya en plan solista, y después de haber realizado Colores Santos, a dúo con Cerati, de su disco Travesti se desprende un balada corta y sencilla, una canción acústica totalmente alejada del pop, la experimentación y la electrónica: Quiero estar entre tus cosas. “Quiero entrar/ en tus cosas revisar/ abrir cada cuaderno y dejarlo en su lugar”. Estamos ante la presunta mirada de un niño que se entrega en secreto a su amada, como un fantasma que irrumpe en su habitación, husmea, observa, huele, revisa todo lo que está a su alcance. Es una especie de voyeur de la ausencia, un contemplador de los objetos quietos en desuso. A diferencia de “Orbitando”, ahora sí hay un espacio que se nos lleva sugestivamente a ese cuarto típico y adorable. Y la ternura en esta canción también se hace presente en frases como  “y buscar/ en tu libro de secretos del mar”. Esta imagen nos remite a una infancia casi ingenua y pudorosa, esa época donde somos tan felices como desdichados. Y ese libro de secretos del mar da la atmosfera justa que nos lleva a un mundo profundo, desconocido, insondable y casi irreal. “Darle cuerda a tus juguetes/ y verlos funcionar” nos muestra cómo la mecánica básica y sencilla de un juguete puede representar a su poseedor, o incluso a quien lo observa. Pero este narrador- niño de repente entra en un mundo no tan naif y hasta un poco peligroso. “Caminar/ a oscuras por la sala y encontrar/ notas olvidadas/ y sentir que sos fatal”. Este niño convertido abruptamente en adulto ahora conoce los riesgos y los toma. La fatalidad que le atribuye a la persona deseada hace foco en la necesidad de ser un objeto más en torno a su vida cotidiana, deseando encontrar esas notas olvidadas para develar algún misterio delicioso. Es un voyeur transformado en las cosas, espiando desde allí, como un muñeco viviente, rodeado de otros muñecos,  que se queda inmóvil en la contemplación, anhelando ser tomado para que finalmente jueguen con él.


lunes, 3 de junio de 2013

Introducción de Bajo una Extraña Nevada (por Ignacio Molina)



En el lenguaje poético, a diferencia de lo que sucede en el narrativo, forma y sentido se confunden hasta transformarse en una misma cosa. En ese aspecto, la poesía guarda similitudes con la música. ¿Cómo contar una melodía y las sensaciones que provoca? Y del mismo modo, ¿cómo explicar un poema, o el destello luminoso que genera su lectura, sin rebajarlo al lenguaje común y corriente? Las piezas de Bajo una extraña nevada, este poemario de Mauro Quesada, hacen que tenga que vérmelas, felizmente, con esa dificultad: cualquier análisis que intente sobre ellos no estará a la altura de lo que despiertan. Breves, concisos y sin títulos, estos treinta poemas, elaborados con palabras y tonos simples, rondan con profundidad la nostalgia, los límites siempre difusos entre el cariño, el odio y el amor, y, sobre todo, los rumores de lo que ya fue o no alcanzó a ser del todo. Cuando llega la madrugada y parece que nada pasó, o cuando todo lo que pasó durante la noche ya resulta lejano, o cuando da la impresión de que el principio de algo es en realidad el comienzo de un fin, o cuando dos jóvenes amantes se despiden junto a una parada de colectivos del barrio de Flores como si estuvieran en París; en esos momentos -por mencionar sólo algunos- nacen estos poemas que luego caen sobre el lector trayendo ecos y resonancias de nostalgia y felicidad, que caen como copos blancos desde el rumor del pasado o las incertidumbres del futuro, como una extraña nevada.


Ignacio Molina

lunes, 6 de mayo de 2013

Los bostezos

Los bostezos
descubren al ángel
que me espía y se ríe
y a tantas cosas de las que dudo

por ejemplo las flores
mis manos o el río
en la fiesta que dura
apenas un sueño


lunes, 4 de febrero de 2013

La primera vez que fui a bailar


la primera vez que fui a bailar
a los catorce años
me enamoré perdidamente
de una chica de anteojos
de marcos gruesos
y de vestido
ingenuo y adorable

por supuesto que no
le fui a hablar
pero más de una vez
se apareció en mis sueños
como una suerte de
wendy para
un peter pan que al fin

había crecido